jueves, 29 de mayo de 2014

Dos grandes enfrentados

Enfrentamiento póstumo: 

Oteiza y Chillida


y que estos 2 vascos parece
que tuvieran que estar siempre cerca
y siempre enfrentados el uno al otro
como si fuera necesario
2 escultores en vasco
para explicar en vasco
un solo escultor 
                                           (Jorge Oteiza)

En 1991 Jorge Oteiza publicó “El libro de los plagios”, un libro enrabietado en el que trataba de demostrar lo que para él era obvio: los artistas contemporáneos vascos le habían estado plagiando, sobre todo Eduardo Chillida. El texto suponía la pataleta de un artista que, sin duda, merecía más reconocimiento y que veía cómo eran otros los que saltaban al Olimpo de la escultura. En cualquier caso, ¿habría algo cierto en la acusación de plagio?
Podemos decir con certeza que la escultura de Oteiza y Chillida tienen puntos claros en común. Ambas comparten un gran interés por la tradición cultural vasca y tratan de situarla en el contexto del arte contemporáneo. Por otro lado, no sólo sus personalidades fueron divergentes, sino que sus obras plantearon cuestiones conceptuales radicalmente distintas. Si esto es así, ¿por qué algunas de sus esculturas parecen tan semejantes?
Tratemos de responder acercándonos a la que es la escultura más emblemática de Chillida, El peine del viento:
El peine del viento (Eduardo Chillida, 1977. Foto: Marcos "Cucho" Merz)

Para llegar a él hace falta realizar una breve peregrinación que ya pertenece a la escultura. El recorrido, aunque corto, nos plantea un objetivo que requiere cierto esfuerzo. Nos sitúa ante un horizonte. Si queremos alcanzarlo, necesitamos una pequeña dosis de voluntad. Esta cuestión no es superficial en un mundo en el que el arte y la cultura están frente a una pantalla y se consiguen con la poca energía que requiere un simple clic de ratón.
Vista desde el Paseo Eduardo Chillida (Foto: Marcos "Cucho" Merz)
Paseando por el camino que nos acerca a la escultura, el Paseo de Eduardo Chillida, lo hacemos también a lo largo de una de las cuestiones que más atrajo al escultor, el límite. El itinerario recorre la frontera entre varios mundos: el urbano y el natural, el de la tierra y el del mar. El observador, el que pasea, eres tú; un ser humano, que, por definición, se encuentra siempre en tránsito, dentro de una existencia que viene delimitada por un principio y un final ineludibles. La localización de la escultura viene a subrayar estos atributos liminares del hombre. Así como los hitos fronterizos dividen el campo,El peine del viento marca la linde entre varios mundos: la ciudad frente a la naturaleza, la tierra frente al mar, el hombre frente a su destino y el viento, el soplo (la vida) que lo envuelve y penetra todo.
Si la ocasión lo permite, si las olas azotan implacablemente la costa empujadas por la marea, al acercarnos al promontorio que se abre hacia el peine, comenzaremos a escuchar el bufido subterráneo del viento y el agua que se filtra bajo él. Las siete oquedades horadadas en granito rosado y representantes de las siete regiones vascas nos hablan a través del mar, del viento y de la tierra. Una vez subidos al promontorio, podemos apreciar la fuerza de las tres garras de Chillida. Las estructuras de hierro dejan que el mar las azote. Asemejan manos industriales, rugosas y curtidas por el trabajo, y, a pesar de su esencia artificial,  parece que siempre hubieran estado allí. Son parte del paisaje casi como la vegetación que se lanza a las rocas desde la ladera del Monte Igueldo. 
Acceso al promontorio de El peine del viento
Chillida tenía una relación especial con el hierro. Sabía que la maleabilidad del material le confería un poderoso aspecto, sin perder su vitalidad y movimiento. Frente a representaciones contrarias a la naturaleza -como la suprematista de Malevich- Chillida coloca sus esculturas en el paisaje, eliminando su rigidez geométrica y devolviéndoles su fuerza muscular, orgánica, casi humana. Los peines del viento se retuercen, esquivan las olas con sus oquedades y sus espacios vacíos y dejan pasar a través de ellos los elementos, que cobran tanta importancia para la escultura como el hierro del que están hechos.
Y, a pesar de todo, los peines, aunque intenten hacerse mar y aire y piedra, se desgranan lentamente, tiñendo con un reguero de sangre ocre la roca que les sirve de soporte. Los elementos disuelven El peine del viento a una velocidad de un centímetro cada veinticinco años. Los peines, como los hombres que los observan, son seres transitorios, pero no la naturaleza que los alberga y que se funde con ellos con el rugir de las olas.
El peine del viento sangrante (Eduardo Chillida, 1977. Foto: Marcos "Cucho" Merz)
 Al otro lado de la bahía, sobre un pedestal situado en el Paseo Nuevo, se encuentra Conjunción vacía de cuatro unidades positivo negativo, obra de Jorge Oteiza. El acero corten del que está hecho durará más que el hierro de Chillida. Sin embargo, el material no es algo que tenga importancia para Oteiza. Así como Chillida nunca dejó de resaltar el valor que el hierro y la forja tradicional vasca tuvieron en sus obras, para Oteiza el contenido simbólico del material a esculpir es indiferente. Oteiza utiliza un material u otro dependiendo de sus cualidades formales exclusivamente. Esculpe en alabastro para experimentar con su luz, usa el alambre por su ductilidad, incluso utiliza latas vacías o tizas por su fácil manejo y sus capacidad de crear espacios. El acero corten podría ser su única e impotente arma contra la naturaleza.
Conjunción vacía de cuatro unidades positivo negativo 
(Jorge Oteiza, 2002. Original de 1956. Foto: Marcos "Cucho" Merz)
Las formas rectas y la estructura geométrica de Conjunción vacíacontrastan con las curvas de El peine del viento. Oteiza, fundamentalmente influido por el constructivismo ruso y por el suprematismo de Malevich, quería crear contra los designios de la naturaleza. En su última fase creativa, la fase experimental que lo llevó a conseguir el premio internacional en la Bienal de São Paulo de 1957, Oteiza se proponía crear contra la creación. Su enfrentamiento con Dios y su necesidad de corregir, literalmente, hasta el Génesis para ajustarlo a su teorías estéticas, le convirtieron en un ser tragicómico. Sin duda, creer que un mortal se puede enfrentar a asuntos de dioses y hacerse pasar por uno de ellos sólo le podría reportar una condena digna de un Prometeo contemporáneo. De ahí que la vida de Oteiza fuese la del eterno fracasado, la del Minotauro enfervorecido que embestía contra todos.
 Oteiza propone una nueva fe; una fe en el hombre revolucionario que a través del arte se libera de las constricciones naturales y supera todo límite impuesto. Para él, la creación de espacios vacíos suponía la posibilidad de elaborar lugares habitables previamente inexistentes, lo que demostraría la capacidad del arte para superar a Dios. El arte, el arte formal, no solamente el religioso, tendría como intención fundamental la creación de espacios sagrados donde el hombre se liberaría del mundo que pone límites a su existencia.
Construcción vacía está protegida del mar, alejada de él de forma que desde la distancia la obra parece estar más cerca del cielo que del agua. El éxito de esta escultura no radica en fundirse con su entorno, sino en mostrarse ajena a él, incluso más poderosa que él.
Como ocurre con El peine del viento, a través de sus huecos también zumba el aire. Para Oteiza, la escultura es tan positiva como negativa, esto es, son tan importantes las formas de las que está compuesta como el espacio que se percibe entre ellas. Es el viento lo que nos hace recordar que la escultura también está hecha de espacio vacío. Decía Oteiza –y aquí coincide con el mensaje de El peine del viento− que en la mentalidad vasca de lo negativo, la peña de Dos Hermanas no se llama en euskera Bi Ahizpak (dos hermanas), sino Aizpitarte (el aire entre medias), porque, para el vasco, es el aire lo que le confiere su naturaleza, y no las formas convexas que favorece la mentalidad “latina”. Pero es que, además, uno de los primeros ensayos escultóricos que realizó Chillida para su Peine del viento, posee semejanzas obvias con la obra Conjunción vacía de Oteizaesculpida varios años después.

Cada una en un brazo opuesto de la bahía, las obras de Oteiza y Chillida se encuentran curiosamente enfrentadas, al igual que ellos lo estuvieron prácticamente toda su vida. ¿Quién copió a quién? ¿Quién fue el verdadero artista original vasco? Oteiza, el histrión enloquecido gritaba improperios continuamente sobre el tema, mientras que el hombre recto por excelencia, Chillida, al estilo medieval, dejaba que sus campeones lo defendieran. Algunos, como el mismísimo Richard Serra suelen describir a Oteiza como “maestro” de Chillida, otros ni siquiera consideran aceptable la comparación entre un gran genio, Chillida, y “un artista mediocre”, Oteiza. Y al comparar sus obras, nos sigue rondando la duda. Algunas son  sospechosamente parecidas. Existen parecidos más que casuales entre El peine del viento de 1977 y la escultura Nucleo en contracción de Oteiza de 1957. Pero para rizar más el rizo el peine del viento original de 1952-53 tiene una semejanza irrenunciable con Conjución vacía de 1957.

El peine del viento en su fase de estudio (Chillida, 1952-53) Comparar conConjunción vacía
Volvemos a la pregunta inicial: ¿quién plagió a quién?. Suele ocurrir que los grandes genios lleguen a conclusiones semejantes por caminos dispares. El de Oteiza y Chillida no sería el primer caso. Quizá el más notorio sea el del descubrimiento del cálculo infinitesimal por Newton y Leibniz de forma separada. También ellos se acusaron mutuamente de plagio. Pero a diferencia de Newton y Leibniz, Oteiza y Chillida se observaron constantemente durante toda su carrera. Por partir de una tradición cultural común y enfrentarse a problemas semejante, sus obras siempre estarán tan unidas como enfrentadas, al igual que ocurre figuradamente en la bahía de Donostia.
Fuente: El blog de Iones Ibarra.

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