domingo, 29 de marzo de 2015

Una prenda que se perdió.



KAPUSAI
 
Prenda de vestir tradicional, especie de anguarina, capuchón o capisayo. «Muy curiosos son los cuatro altorrelieves policromados del año 1600 esculpidos en madera por Jerónimo de Larrea y Goizueta, existentes en el Archivo de Guipúzcoa en Tolosa y que dieron lugar a fantásticas interpretaciones y caprichosos comentarios que no han sido desvanecidos fundadamente hasta nuestros días. En ellos aparecen guerreros enemigos con broquel al brazo y casco en la cabeza, mientras que los nuestros se visten con kapusai y una espece de boina, que es idéntica a la actual y hasta aparece pintada de rojo, como la que usan nuestros miqueletes. Baltasar de Echave asienta en 1607 que los primitivos pobladores de la Península hacían de lana sus trajes consistentes en un sayo llamado kapusaia, general en su tiempo por las caserías de nuestras montañas de donde procede el capisayo o capote vizcaíno comúnmente hecho de pelo de cabra «el cual traje fue muy celebrado por los cronistas de cosas antiguas de España, pues según ellos fue universal a toda ella... ».

En el siglo XVIII se conservaban los capisayos o charteses con capilla, mangas anchas y cortas, usados en los montes para días lluviosos, pero se había ya desterrado entre la gente de los pueblos, sin que se hubieran jamás empleado entre mujeres (según el Padre Larramendi). Labayru anota que los antiguos montañeses usaban kapusai, especie de dalmática burda con cogulla o capucha. Gorosábel dice que desde época remota se estilaba entre las gentes labradoras el kapusai de barragán negro o azulado oscuro, muy recio, abierto por ambos costados con ciertas mangas abiertas, que tan solamente servían para el resguardo de la lluvia, y no para el frío. El kapusai era vestidura corta a manera de capotillo abierto, que sirve de capa y de sayo, y que venía a constituir una especie de dalmática y con sobremangas y capuchón de confección gruesa e impermeable, que se ponían para abrigo los hombres y apropiada al clima frío y húmedo de las alturas, así como la abarca rústica, calzado hecho de piel de vacuno que cubre la planta y los dedos y se sujeta con correas sobre el empeine y el tobillo, colocado sobre la txapiñua o mantarras, tira de cuero o de tejido burdo de lana que ciñe la pierna hasta la rodilla.

Podemos figurarnos uno de nuestros antiguos eukaldunes -observa Ladislao de Velasco en 1879- cubierta la cabeza con sombrero de anchas alas generalmente caídas hacia abajo, y que levantaban en determinadas y solemnes ocasiones, o con la cabeza descubierta y el pelo largo por detrás, resguardada a veces por la capucha del txartes o kapusai, que la cubre y abriga; ceñidas las piernas con la txapiñua o mantarras, calzado con las abarcas y llevando en la mano el makilla, palo endurecido al fuego.


En el museo municipal de San Sebastián puede verse un kapusai o capote de color pardo, tejido de pelo de cabra, procedente del monte Aralar, por la parte de Guipúzcoa, en Ataun. Se compone de dos partes mayores, anterior y posterior, que cubren cayendo por el pecho y espalda, y de otras dos partes menores que por los hombros caen sobre las mangas, llevando una capucha cosida en la abertura por donde se introduce la cabeza. Las dos partes anterior y posterior se pueden atar por los costados con unas cuerdecitas y el conjunto está formado por ocho piezas cosidas entre sí. Solía haberlos también de color gris y en algunos parajes, como en Arrarás, valle de Basaburua Mayor, Navarra, se usaban hasta hace pocos años los de color pardo para acudir a actos y ceremonias de funeral. Entre otros pueblos, el de Anzuola, en Gipúzcoa, se distinguió por su industria de kapagiñak, marragueros.

«¡Cuántas veces -escribía Agustín Chaho en 1830- he visto durante el invierno en lo alto de las colinas tapizadas de nieve aparecer un euskaldún montañés cubierto de su kapusai o eskapila (dalmática oscura que parece haber servido de modelo al vestuario de ciertas comunidades religiosas), semejante a negro fantasma, e inclinar gravemente su cabeza y orejas envueltas en capuchón triangular y puntiagudo de alas caídas, sin dejar ver más que la nariz aguileña, sus ojos brillantes y la barba poblada! ¡Siempre quedé admirado del aspecto austero del montañés y de su imponente portante! ¡El corte de su capisayo presentaba algo de monumental!» Ref. Anguiozar, M. de: En el Pirineo Vasco. Ekin, 14.

 Fuente: http://www.euskomedia.org/aunamendi/54308

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